De nuevo un homenaje a "Liberty bar", de Simenon.

Hace ya algunos años, en concreto el 9 de mayo de 2007, nacía Liberty. El nombre era un homenaje a la mejor novela de Simenon sobre Maigret, Liberty bar. Luego, ya casi al final, cambió el nombre por el de JAJA, un personaje entrañable de dicha novela. Y, más tarde, Liberty/JAJA desapareció, era abril del 2009: "Hasta... ¿pronto, nunca, siempre?" se despedía entonces con cierto amargor en el alma: "muchos lectores que tienen otros blogs", muchos escritores que enviaban sus libros, algunas editoriales que también lo hacían (había días en que Liberty recibía más de 100 visitas)... dejaron de existir, ya no enviaban, ya no escribían, ya no existían...

Hoy (noviembre 2012) vuelve, con otra dirección (en-liberty.blogspot.com) pero con el fin de recuperar alguno de los textos que allí se publicaron. Y algunas cosas más. Pero haciendo tabla rasa de aquellos años.

Enrique Bienzobas

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martes, 8 de enero de 2013

"¡El verdadero genio es desctructor!"




La parte floja de la novela es el principio, sin embargo da pie a toda la historia. Maigret se encuentra en Bruselas durante un viaje de trabajo. En una cafetería observa a un tipo que tiene pinta de parado pero que está contando billetes de mil francos franceses. Esto le convierte en sospechoso y el comisario le sigue. Continuando con las causalidades compra un maletín igual que el que lleva el tipo y lo hace “por diversión”, sin ningún objetivo previo. De igual manera cambia, en un descuido, el maletín del perseguido por el que ha comprado que está lleno de papeles.
A partir de aquí terminan las casualidades, que en las novelas policíacas no son de buen ver, pues parece que se saca todo de la manga o que no se ha seguido correctamente el fair-play. Una vez de lleno en los hechos se ha construido una historia extraordinaria en la que Maigret se considera responsable, por esa casualidad de la que hablaba, de un suicidio y para desentrañar las causas busca machaconamente, como es típico en él, como si fuera una figura de pesadilla monstruosamente enorme e inexpresiva que camina hacia el durmiente con intención de aplastarlo. Así es. Maigret aplasta la prepotencia con la que los antiguos “Compañeros del Apocalipsis” que quedan vivos se enfrentan a la investigación.
La investigación que lleva a cabo el comisario nos la presenta un narrador omnisciente. Pero los hechos, “de hace diez años”, son contados por las personas directamente implicadas en ellos, sobre todo por dos. Dos narradores, pues, que en primera persona, dan una gran verosimilitud a la historia cuando ésta se introduce en los pecados de juventud.
Pero antes de llegar al corazón de la historia, Simenon, un maestro en las descripciones con pocas palabras y frases directas utilizando la hipérbaton, hace alarde de ello: Y había allí una sabrosa algarabía, gritos en dialecto valón [se encuentra en Lieja], el agrio timbrazo de los tranvías amarillos y rojos, el cuádruple chorro de una fuente monumental, coronada por la escalinata, que intentaba dominar el rumor de un mercado próximo. O esta otra en la que trata de destacar el ambiente cotidiano en una cafetería de una estación sin importancia: Aquella tarde había una atmósfera pesada. Una mujer dormitaba en la caja. Un chorro de vapor salía de la cafetera. La puerta de la cocina estaba abierta y se oían los pitidos de un aparato de radio manipulado por un chiquillo. Los detalles más cotidianos, los objetos más corrientes en los que apenas caemos normalmente porque su existencia está implícita en nuestras vidas, son descritos de una forma tan sencilla como veraz.
El argumento de la novela es la investigación que lleva a cabo Maigret, con alguna ayuda del inspector Lucas sin que éste sepa de qué se trata, para desentrañar un misterio como el del suicidio de un pobre hombre presenciado por el propio comisario. Poco a poco y luchando contra los protagonistas que saben qué hacer, Maigret va llegando al final. Final que, contado como digo en primera persona, nos introduce directamente en el tema de la novela: los delirios de juventud.
Un grupo de jóvenes belgas formado por estudiantes ricos y pobres que se consideran llamados a cambiar el mundo, constituyen una especie de sociedad secreta, Los compañeros del Apocalipsis. Reinventan el mundo odiando lo burgués, la sociedad y todas las ideas establecidas, mezclando a Nietzsche, Marx, Moisés, Confucio y Jesucristo. En medio de discusiones sobre filosofía, arte y política llega, como no, la necesidad de actuar. ¡Por poco nos convertimos en anarquistas!, nos dice uno de ellos y añade, profundizando en los deseos de la praxis: Hubo un atentado en Sevilla[i]. El artículo del diario se leyó en voz alta, y ya no recuerdo quien exclamó: ‘¡El verdadero genio es destructor!’, y aquel puñado de muchachos discutió durante horas en torno a esa idea. Pensamos la manera de fabricar bombas. Nos preguntamos a quien convendría hacer saltar por los aires. Pero esa idea es olvidada después de sucesivas borracheras artísticas y políticas. Viniendo otras más hasta llegar a una que les obsesiona a todos: la idea de la muerte. ¿Quién es capaz de matar? Una obsesión final. El grupo se deshizo y unos lograron triunfar, los que procedían de familias ricas, y otros fracasaron, los que procedían de familias pobres.
Esta historia golpea las conciencias de los antiguos Compañeros y, por acción de uno de ellos, el que queda de los más sinceros, de los que, metidos en un juego de niños, quedó atrapado en él.
El destino se encarga de hacer justicia y al final queda una gran frase de Maigret dirigida al perplejo Lucas: No hay nada tan divertido como la vida.

SIMENON, GEORGES: El ahorcado de la iglesia. Título original: Le pendu de Saint-Pholieu. Traducción : Joaquín Jordá. Tusquets. Barcelona, 1ª ed. 1994. 184 págs. ISBN : 84-7223-404-5



[i] Como la novela fue escrita a bordo del Ostrogoth, el barco con el que Simenon viajaba por los canales de Francia en el verano de 1930, se entiende que diez años antes fue en 1920. En España los años comprendidos entre 1918 y 1920 son llamados el Trienio bolchevique, cargado de atentados, huelgas y desarrollo del movimiento obrero. En Sevilla hubo ese año varias huelgas y atentados, pero quizá se refiera al atentado fallido que sufrió el arquitecto Aníbal González que en esos años construía la monumental Plaza de España. Los obreros de la construcción, en huelga, le encuadraron entre la aristocracia explotadora, con la que sin duda el arquitecto se codeaba, y lo eligieron en un arranque ciego de ira, como el de “Los compañeros del Apocalipsis”.

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lunes, 7 de enero de 2013

El negro, una historia policiaca vista desde fuera




Ésta no es la portada de la verdión que yo leí, pero no la he encontrado para 
ilustrar esta entrada, se trataba de SIMENON, GEORGES: El negro
Traducción Julio Gómez de la Serna. Editorial Argos Vergara. 
Barcelona, 1981. 157 págs. ISBN: 84-7071-998-5.


El inclasificable Simenon escribe El negro en su residencia de los Alpes Maritimes –“Golden Gate”, Cannes-, donde se había instalado en el año 1955 a su regreso del largo viaje por Norteamérica. La terminó en abril de 1957. En ese momento había escrito otras ochenta. Es decir, su estilo ya está totalmente depurado y su fama había saltado de un continente a otro. Es un escritor reconocido cuya única aspiración es vivir el tiempo necesario para reasumir hasta el final el cilco de los personajes novelescos que he dado a luz.
¿Qué hacer entonces con Teodoro Doineau, a quien su madre abandonó en un hospicio y que nunca menciona a su padre, a pesar de que su creador nos había dicho un poco antes que “la fecha más importante, en la vida de un hombre, es la de la muerte de su padre”? Teo es uno de los típicos personajes de Simenon. Huraño, solitario, abandonado por todos, metido en sí mismo esperando un giro de la vida que nunca llegará, enfrentado fatalmente a un destino que le llegó siendo niño en el hospicio. Una pedrada de otro niño le dejó tuerto. Una mujer insatisfecha le dejó solo. Una hija seducida por un rico déspota se marchó a ver el mundo, aunque el mundo no la vio a ella. Y unos deseos insatisfechos le queman las entrañas.
Esta no es una novela de la serie del comisario Maigret. Pero está basada en un crimen y se desarrolla con una fuerte intriga en la que la cuestión principal no es descubrir al criminal, al cual, por otro lado, se le va conociendo a través de los personajes, aunque el final nos depare alguna sorpresa típicamente policiaca. La historia está montada como si fuera una novela policíaca vista desde fuera, pues, por un lado está el inspector de policía Gorre y el gendarme Alfonsi, los dos investigando el crimen, si bien este último siempre a la zaga del primero y tratado un tanto irónicamente; por otro, y frente a ellos y al mundo entero, Teo, el Jefe de Estación en Versins-Haut, es a través suyo como vamos conociendo el resultado de las investigaciones de los policías.
Versins-Estación, es un apeadero en donde sólo paraban dos trenes por la mañana y dos por la noche y por donde los rápidos pasaban sin aminorar la velocidad. Tal es así que al propio Teo le llaman “guarda-barreras”. En consonancia con su trabajo es su vida. Teo es un perdedor desde la cuna. Su madre, que buscaba la felicidad en el fondo de la botella hasta que la encontró en la muerte, le abandonó en la Beneficencia y fue acogido por un matrimonio que le trataba de inepto, como todo el mundo, los había también que le llamaban “pelagatos”. Verdad es que Teo es lento, que le cuesta entender las cosas, pero no es tonto y se la tiene jurada al mundo entero, “Un día les enseñaré…” Su vida transcurre esperando ese día que no llega nunca. ¿No llega nunca? Sí. Llegó de la forma más trágica que pudo hacerlo: un africano aparece muerto en el terraplén de la vía.
La intriga de la novela radica en ver si Teo puede cumplir sus deseos de venganza o no. Como, por otro lado, sabemos que es un perdedor, nos imaginamos que no va a ser posible. Además el lector va asistiendo a la investigación policíaca desde fuera, a través del Jefe de Estación y de los demás personajes y el lector enseguida se da cuenta de que los rápidos avances de la policía y que, por consiguiente, Teo se va a quedar sin su venganza. Por eso no importa hablar de los hechos. Estos son muy simples. El rico del pueblo, Justino Cadieu Cadieu, muere cinco días antes de que se inicie la historia sin, al parecer, nombrar herederos. Tenía un hijo que se marchó a África donde se casó, tuvo un hijo y luego murió. El hijo, Enrique Cadieu, fue avisado por su abuelo que deseaba, según todos los indicios, tenerlo con él y nombrarle heredero universal. Pero fue asesinado por quien vio peligrar su herencia. Una historia de egoísmos, de ambiciones, una historia humana. Eso es todo.
El día llamado para la venganza es el día que da comienzo la historia. Mejor dicho, una noche de luna llena. Teo da salida al último tren del día y entreve la figura de un negro. Luego lo verá desde la ventana de su casa dirigirse al pueblo. Al día siguiente este negro es encontrado muerto cerca de la vía del tren. El sabe que no se ha tirado del tren, como aseguran todos, que ya había pasado la curva cuando le vio. Por eso planea la venganza: un chantaje a Nicolás Cadieu para poder vivir bien: una casita en un pueblo no muy grande con río, una barquita, un hotel donde comer y cenar, como lo estaba haciendo ahora y donde poder jugar a las cartas, y unas mujeres fáciles para ir pasando la vida. Esas son todas sus aspiraciones.
El viernes, cuando todavía no se ha resuelto el crimen y cuando llegó Dambois a la estación para sustituirle, pues era su día libre, prepara la venganza, mejor dicho, precipita la venganza. Pero lo hace ayudándose del alcohol el cual, dicho sea de paso, ingiere abundantemente todos los días, pero los viernes, cuando está libre, lo hace en mayor cantidad, pasando su borrachera por tres fases: aislamiento, euforia y depresión. Ese viernes inicia su viaje hacia la depresión más pronto que otras veces y antes de comer está casi para perder el sentido. En esa situación intenta entrevistarse con Nicolás. Pero ya es tarde. Este es el episodio más interesante de la novela. Como Teo va pasando del rencor a querer comerse el mundo y a la depresión acompañada de una situación ridícula. Sus reflexiones, a través de las miradas hacia el exterior, van marcando el camino de la investigación policial y de su hundimiento moral y físico.
Simenon es un gran escritor, a pesar de lo que algunos se empeñen en lo contrario. Frases no excesivamente largas, vocabulario preciso y fácil de traducir, narrador en tercera persona que conoce todo sobre Teo, no sobre los demás, lo cual sirve para aumentar la tensión dando fuerza a la tragedia que se desencadena en el interior del Jefe de Estación. Pero es que, además, Simenon sabe describir con breves pinceladas cargadas de tinta, como los impresionistas cargaban el pincel de luz, a los personajes. Y en esa descripción nos muestra a las gentes normales con sus amores y frustraciones, las luchas sociales aunque no se participe en ellas. Nos muestra a los hombres y mujeres empujados por unos destinos implacables, a la delincuencia e incluso al asesinato. Se ha dicho en más de una ocasión que Simenon se mostraba indiferente a los hechos narrados por él. No estoy muy seguro de que esto sea así, en todo caso también Balzac, por ejemplo, era un fiel representante de la aristocracia y, sin embargo, según Engels, de la lectura de La Condición Humana, afirma obtener más conocimientos sobre la realidad de la sociedad francesa que en Zola (carta diridida a Miss Harkeness, abril de 1888).
 Aunque J.C. Casals no la considera una obra principal, a mi me parece una novela genial, un estudio psicológico profundo y un trato con los perdedores tan humano que, como dice Horacio Otheguy Rivera, Simenon “hace del fracaso una aventura fascinante”.


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jueves, 3 de enero de 2013

Vidocq, entre el mito y la realidad




Quinta y última parte:
El anuncio de su muerte le sorprende en Londres

Estando en Londres, el periódico La Democracia Pacífica, de París, da la noticia de su muerte, afirmando que ya, desde un año antes había mostrado una gran merma física debido a los excesos con la bebida. Es la mujer de Vidocq, Fleurida Vidocq, quien envía la respuesta al periódico: “Quienes le conocen saben que mi esposo ha conservado la plenitud de sus facultades intelectuales; que no bebe con exceso licores alcohólicos, etc”. A la vuelta de Londres Vidocq demandó a Victor Consedérant, autor del artículo, que fue condenado.
A pesar de que en 1847 su mujer se suicida, todavía tiene fuerzas para participar en la Revolución de 1848. Incluso parece ser que su papel el 21 de mayo, fue decisivo para salvar la vida de Lamartine. Pero la Revolución trajo un cambio en su negocio. Muchos clientes de la Agencia eran ricos que, ahora perseguidos, dejaron de pagar el dinero a Vidocq. Además, Napoleón III, que él había contribuido a aupar en el poder, no le concede la pensión que solicitó. No está arruinado, tampoco carece de ánimos y, aunque ya viejo, sigue teniendo amantes. Como él dice, aunque con muchos años, no soy un anciano gotoso ni repulsivo, no chocheo, no tengo enfermedad alguna. Me gustan los cuidados y los mimos. Soy activo y un poco exigente en lo que se refiere a la limpieza, al orden y buen aspecto de la casa, etc. Aparte de todo esto, soy bastante buen chico.
Eugène François Vidocq murió rodeado de amigos, no estuvo nunca solo, como en alguna ocasión se ha dicho. Su amigo, el abogado Carlos Ledru, nos lo describe así, poco antes de morir: las personas que le escuchaban “permanecían en silencio cuando él contaba sus hazañas. Relataba sus proezas como un general habría contado sus combates, porque en todas las situaciones había conservado la propia estimación; y ese sentimiento, que era su égida, su garantía y su talismán, muchas veces le hacía exhalar suspiros como éste, que siempre encontraba eco en tal auditorio”.
La figura de Vidocq ha despertado mucho interés en el mundo del arte. Ya no sólo la literatura de la que hemos hablado (y de la que nos hemos dejado en el tintero: Chesterton, Gaboriau, Leblanc…), también el cine. En la época del cine mudo, Jean Kemm rodó una película sobre su vida (1922); posteriormente Jacques Daroy hizo otra en 1938. En 1946 Douglas Sirk rueda Un escándalo en París. En 1967 se realiza una serie para la televisión con Bernard Noël como protagonista, también en 1971 se rueda otra serie para televisión con Calude Brasseur como Vidocq bajo el título de Las nuevas aventuras de Vidocq. En 2001 Pitof dirige a Gerard Depardie en la fantástica Vidocq. También hemos de tener en cuenta la existencia de una sociedad afincada en Filadelfia (USA), que lleva su nombre, como “tributo al padre de la criminología moderna” y cuyos miembros (82, los mismos años que vivió Vidocq) y finalidad es el esclarecimiento de “casos fríos”, es decir, abandonados hace tiempo.

Este trabajo (las cinco partes) se publicó en Prótesis, publicación consagrada al crimen. Núm. 2, Madrid, junio 2008. Págs. 17-21
Y se publicó por segunda vez en Liberty, 3 de febrero de 2010


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