El
inclasificable Simenon escribe El negro
en su residencia de los Alpes Maritimes –“Golden Gate”, Cannes-, donde se había
instalado en el año 1955 a su regreso del largo viaje por Norteamérica. La
terminó en abril de 1957. En ese momento había escrito otras ochenta. Es decir,
su estilo ya está totalmente depurado y su fama había saltado de un continente
a otro. Es un escritor reconocido cuya única
aspiración es vivir el tiempo
necesario para reasumir hasta el final el cilco de los personajes novelescos
que he dado a luz.
¿Qué
hacer entonces con Teodoro Doineau, a quien su madre abandonó en un hospicio y
que nunca menciona a su padre, a pesar de que su creador nos había dicho un
poco antes que “la fecha más importante, en la vida de un hombre, es la de la
muerte de su padre”? Teo es uno de los típicos personajes de Simenon. Huraño,
solitario, abandonado por todos, metido en sí mismo esperando un giro de la vida
que nunca llegará, enfrentado fatalmente a un destino que le llegó siendo niño
en el hospicio. Una pedrada de otro niño le dejó tuerto. Una mujer insatisfecha
le dejó solo. Una hija seducida por un rico déspota se marchó a ver el mundo,
aunque el mundo no la vio a ella. Y unos deseos insatisfechos le queman las
entrañas.
Esta
no es una novela de la serie del comisario Maigret. Pero está basada en un
crimen y se desarrolla con una fuerte intriga en la que la cuestión principal
no es descubrir al criminal, al cual, por otro lado, se le va conociendo a
través de los personajes, aunque el final nos depare alguna sorpresa
típicamente policiaca. La historia está montada como si fuera una novela
policíaca vista desde fuera, pues, por un lado está el inspector de policía
Gorre y el gendarme Alfonsi, los dos investigando el crimen, si bien este
último siempre a la zaga del primero y tratado un tanto irónicamente; por otro,
y frente a ellos y al mundo entero, Teo, el Jefe de Estación en Versins-Haut,
es a través suyo como vamos conociendo el resultado de las investigaciones de
los policías.
Versins-Estación,
es un apeadero en donde sólo paraban dos trenes por la mañana y dos por la
noche y por donde los rápidos pasaban sin aminorar la velocidad. Tal es así que
al propio Teo le llaman “guarda-barreras”. En consonancia con su trabajo es su
vida. Teo es un perdedor desde la cuna. Su madre, que buscaba la felicidad en
el fondo de la botella hasta que la encontró en la muerte, le abandonó en la
Beneficencia y fue acogido por un matrimonio que le trataba de inepto, como
todo el mundo, los había también que le llamaban “pelagatos”. Verdad es que Teo
es lento, que le cuesta entender las cosas, pero no es tonto y se la tiene
jurada al mundo entero, “Un día les enseñaré…” Su vida transcurre
esperando ese día que no llega nunca. ¿No llega nunca? Sí. Llegó de la forma
más trágica que pudo hacerlo: un africano aparece muerto en el terraplén de la
vía.
La
intriga de la novela radica en ver si Teo puede cumplir sus deseos de venganza
o no. Como, por otro lado, sabemos que es un perdedor, nos imaginamos que no va
a ser posible. Además el lector va asistiendo a la investigación policíaca
desde fuera, a través del Jefe de Estación y de los demás personajes y el
lector enseguida se da cuenta de que los rápidos avances de la policía y que,
por consiguiente, Teo se va a quedar sin su venganza. Por eso no importa hablar
de los hechos. Estos son muy simples. El rico del pueblo, Justino Cadieu
Cadieu, muere cinco días antes de que se inicie la historia sin, al parecer,
nombrar herederos. Tenía un hijo que se marchó a África donde se casó, tuvo un
hijo y luego murió. El hijo, Enrique Cadieu, fue avisado por su abuelo que
deseaba, según todos los indicios, tenerlo con él y nombrarle heredero universal.
Pero fue asesinado por quien vio peligrar su herencia. Una historia de
egoísmos, de ambiciones, una historia humana. Eso es todo.
El día
llamado para la venganza es el día que da comienzo la historia. Mejor dicho,
una noche de luna llena. Teo da salida al último tren del día y entreve la
figura de un negro. Luego lo verá desde la ventana de su casa dirigirse al
pueblo. Al día siguiente este negro es encontrado muerto cerca de la vía del
tren. El sabe que no se ha tirado del tren, como aseguran todos, que ya había
pasado la curva cuando le vio. Por eso planea la venganza: un chantaje a
Nicolás Cadieu para poder vivir bien: una casita en un pueblo no muy grande con
río, una barquita, un hotel donde comer y cenar, como lo estaba haciendo ahora
y donde poder jugar a las cartas, y unas mujeres fáciles para ir pasando la
vida. Esas son todas sus aspiraciones.
El
viernes, cuando todavía no se ha resuelto el crimen y cuando llegó Dambois a la
estación para sustituirle, pues era su día libre, prepara la venganza, mejor
dicho, precipita la venganza. Pero lo hace ayudándose del alcohol el cual,
dicho sea de paso, ingiere abundantemente todos los días, pero los viernes,
cuando está libre, lo hace en mayor cantidad, pasando su borrachera por tres
fases: aislamiento, euforia y depresión. Ese viernes inicia su viaje hacia la
depresión más pronto que otras veces y antes de comer está casi para perder el
sentido. En esa situación intenta entrevistarse con Nicolás. Pero ya es tarde.
Este es el episodio más interesante de la novela. Como Teo va pasando del
rencor a querer comerse el mundo y a la depresión acompañada de una situación
ridícula. Sus reflexiones, a través de las miradas hacia el exterior, van
marcando el camino de la investigación policial y de su hundimiento moral y
físico.
Simenon es un gran escritor, a pesar de lo que algunos se empeñen
en lo contrario. Frases no excesivamente largas, vocabulario preciso y fácil de
traducir, narrador en tercera persona que conoce todo sobre Teo, no sobre los
demás, lo cual sirve para aumentar la tensión dando fuerza a la tragedia que se
desencadena en el interior del Jefe de Estación. Pero es que, además, Simenon
sabe describir con breves pinceladas cargadas de tinta, como los impresionistas
cargaban el pincel de luz, a los personajes. Y en esa descripción nos muestra a
las gentes normales con sus amores y frustraciones, las luchas sociales aunque
no se participe en ellas. Nos muestra a los hombres y mujeres empujados por
unos destinos implacables, a la delincuencia e incluso al asesinato. Se ha
dicho en más de una ocasión que Simenon se mostraba indiferente a los hechos
narrados por él. No estoy muy seguro de que esto sea así, en todo caso también
Balzac, por ejemplo, era un fiel representante de la aristocracia y, sin embargo,
según Engels, de la lectura de La Condición Humana, afirma obtener más
conocimientos sobre la realidad de la sociedad francesa que en Zola (carta diridida a Miss Harkeness, abril de 1888).
Aunque J.C. Casals no
la considera una obra principal, a mi me parece una novela genial, un estudio
psicológico profundo y un trato con los perdedores tan humano que, como dice
Horacio Otheguy Rivera, Simenon “hace del fracaso una aventura fascinante”.
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