De nuevo un homenaje a "Liberty bar", de Simenon.

Hace ya algunos años, en concreto el 9 de mayo de 2007, nacía Liberty. El nombre era un homenaje a la mejor novela de Simenon sobre Maigret, Liberty bar. Luego, ya casi al final, cambió el nombre por el de JAJA, un personaje entrañable de dicha novela. Y, más tarde, Liberty/JAJA desapareció, era abril del 2009: "Hasta... ¿pronto, nunca, siempre?" se despedía entonces con cierto amargor en el alma: "muchos lectores que tienen otros blogs", muchos escritores que enviaban sus libros, algunas editoriales que también lo hacían (había días en que Liberty recibía más de 100 visitas)... dejaron de existir, ya no enviaban, ya no escribían, ya no existían...

Hoy (noviembre 2012) vuelve, con otra dirección (en-liberty.blogspot.com) pero con el fin de recuperar alguno de los textos que allí se publicaron. Y algunas cosas más. Pero haciendo tabla rasa de aquellos años.

Enrique Bienzobas

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lunes, 7 de enero de 2013

El negro, una historia policiaca vista desde fuera




Ésta no es la portada de la verdión que yo leí, pero no la he encontrado para 
ilustrar esta entrada, se trataba de SIMENON, GEORGES: El negro
Traducción Julio Gómez de la Serna. Editorial Argos Vergara. 
Barcelona, 1981. 157 págs. ISBN: 84-7071-998-5.


El inclasificable Simenon escribe El negro en su residencia de los Alpes Maritimes –“Golden Gate”, Cannes-, donde se había instalado en el año 1955 a su regreso del largo viaje por Norteamérica. La terminó en abril de 1957. En ese momento había escrito otras ochenta. Es decir, su estilo ya está totalmente depurado y su fama había saltado de un continente a otro. Es un escritor reconocido cuya única aspiración es vivir el tiempo necesario para reasumir hasta el final el cilco de los personajes novelescos que he dado a luz.
¿Qué hacer entonces con Teodoro Doineau, a quien su madre abandonó en un hospicio y que nunca menciona a su padre, a pesar de que su creador nos había dicho un poco antes que “la fecha más importante, en la vida de un hombre, es la de la muerte de su padre”? Teo es uno de los típicos personajes de Simenon. Huraño, solitario, abandonado por todos, metido en sí mismo esperando un giro de la vida que nunca llegará, enfrentado fatalmente a un destino que le llegó siendo niño en el hospicio. Una pedrada de otro niño le dejó tuerto. Una mujer insatisfecha le dejó solo. Una hija seducida por un rico déspota se marchó a ver el mundo, aunque el mundo no la vio a ella. Y unos deseos insatisfechos le queman las entrañas.
Esta no es una novela de la serie del comisario Maigret. Pero está basada en un crimen y se desarrolla con una fuerte intriga en la que la cuestión principal no es descubrir al criminal, al cual, por otro lado, se le va conociendo a través de los personajes, aunque el final nos depare alguna sorpresa típicamente policiaca. La historia está montada como si fuera una novela policíaca vista desde fuera, pues, por un lado está el inspector de policía Gorre y el gendarme Alfonsi, los dos investigando el crimen, si bien este último siempre a la zaga del primero y tratado un tanto irónicamente; por otro, y frente a ellos y al mundo entero, Teo, el Jefe de Estación en Versins-Haut, es a través suyo como vamos conociendo el resultado de las investigaciones de los policías.
Versins-Estación, es un apeadero en donde sólo paraban dos trenes por la mañana y dos por la noche y por donde los rápidos pasaban sin aminorar la velocidad. Tal es así que al propio Teo le llaman “guarda-barreras”. En consonancia con su trabajo es su vida. Teo es un perdedor desde la cuna. Su madre, que buscaba la felicidad en el fondo de la botella hasta que la encontró en la muerte, le abandonó en la Beneficencia y fue acogido por un matrimonio que le trataba de inepto, como todo el mundo, los había también que le llamaban “pelagatos”. Verdad es que Teo es lento, que le cuesta entender las cosas, pero no es tonto y se la tiene jurada al mundo entero, “Un día les enseñaré…” Su vida transcurre esperando ese día que no llega nunca. ¿No llega nunca? Sí. Llegó de la forma más trágica que pudo hacerlo: un africano aparece muerto en el terraplén de la vía.
La intriga de la novela radica en ver si Teo puede cumplir sus deseos de venganza o no. Como, por otro lado, sabemos que es un perdedor, nos imaginamos que no va a ser posible. Además el lector va asistiendo a la investigación policíaca desde fuera, a través del Jefe de Estación y de los demás personajes y el lector enseguida se da cuenta de que los rápidos avances de la policía y que, por consiguiente, Teo se va a quedar sin su venganza. Por eso no importa hablar de los hechos. Estos son muy simples. El rico del pueblo, Justino Cadieu Cadieu, muere cinco días antes de que se inicie la historia sin, al parecer, nombrar herederos. Tenía un hijo que se marchó a África donde se casó, tuvo un hijo y luego murió. El hijo, Enrique Cadieu, fue avisado por su abuelo que deseaba, según todos los indicios, tenerlo con él y nombrarle heredero universal. Pero fue asesinado por quien vio peligrar su herencia. Una historia de egoísmos, de ambiciones, una historia humana. Eso es todo.
El día llamado para la venganza es el día que da comienzo la historia. Mejor dicho, una noche de luna llena. Teo da salida al último tren del día y entreve la figura de un negro. Luego lo verá desde la ventana de su casa dirigirse al pueblo. Al día siguiente este negro es encontrado muerto cerca de la vía del tren. El sabe que no se ha tirado del tren, como aseguran todos, que ya había pasado la curva cuando le vio. Por eso planea la venganza: un chantaje a Nicolás Cadieu para poder vivir bien: una casita en un pueblo no muy grande con río, una barquita, un hotel donde comer y cenar, como lo estaba haciendo ahora y donde poder jugar a las cartas, y unas mujeres fáciles para ir pasando la vida. Esas son todas sus aspiraciones.
El viernes, cuando todavía no se ha resuelto el crimen y cuando llegó Dambois a la estación para sustituirle, pues era su día libre, prepara la venganza, mejor dicho, precipita la venganza. Pero lo hace ayudándose del alcohol el cual, dicho sea de paso, ingiere abundantemente todos los días, pero los viernes, cuando está libre, lo hace en mayor cantidad, pasando su borrachera por tres fases: aislamiento, euforia y depresión. Ese viernes inicia su viaje hacia la depresión más pronto que otras veces y antes de comer está casi para perder el sentido. En esa situación intenta entrevistarse con Nicolás. Pero ya es tarde. Este es el episodio más interesante de la novela. Como Teo va pasando del rencor a querer comerse el mundo y a la depresión acompañada de una situación ridícula. Sus reflexiones, a través de las miradas hacia el exterior, van marcando el camino de la investigación policial y de su hundimiento moral y físico.
Simenon es un gran escritor, a pesar de lo que algunos se empeñen en lo contrario. Frases no excesivamente largas, vocabulario preciso y fácil de traducir, narrador en tercera persona que conoce todo sobre Teo, no sobre los demás, lo cual sirve para aumentar la tensión dando fuerza a la tragedia que se desencadena en el interior del Jefe de Estación. Pero es que, además, Simenon sabe describir con breves pinceladas cargadas de tinta, como los impresionistas cargaban el pincel de luz, a los personajes. Y en esa descripción nos muestra a las gentes normales con sus amores y frustraciones, las luchas sociales aunque no se participe en ellas. Nos muestra a los hombres y mujeres empujados por unos destinos implacables, a la delincuencia e incluso al asesinato. Se ha dicho en más de una ocasión que Simenon se mostraba indiferente a los hechos narrados por él. No estoy muy seguro de que esto sea así, en todo caso también Balzac, por ejemplo, era un fiel representante de la aristocracia y, sin embargo, según Engels, de la lectura de La Condición Humana, afirma obtener más conocimientos sobre la realidad de la sociedad francesa que en Zola (carta diridida a Miss Harkeness, abril de 1888).
 Aunque J.C. Casals no la considera una obra principal, a mi me parece una novela genial, un estudio psicológico profundo y un trato con los perdedores tan humano que, como dice Horacio Otheguy Rivera, Simenon “hace del fracaso una aventura fascinante”.


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