Resucitar Liberty ha venido a cuento porque
leyendo dos magníficos libros, que nada tienen que ver con la Novela Negra,
Policial o de Intriga -literatura que hacía ya mucho tiempo que no leía, entre
otras cosas porque me parece repetitiva-, me he encontrado con sendas
referencias a la Novela Policial. Ha sido algo así como volver a despertar el
gusanillo, aunque entiendo que nunca segundas partes fueron buenas y, en este
caso, además de cumplirse el refrán, es que serán distintas, ni mejores ni
peores, distintas, ya iremos viendo en qué y por qué.
Pues bien, en el primero
de los libros, La facción caníbal.
Historia del vandalismo ilustrado, de Servando Rocha (Ediciones La Felguera -nada que ver con La Felguera
de Asturias), que viene a ser una especie de continuidad a otro de sus
magníficos libros titulado Historia
de un incendio, para mi uno de los mejores y necesarios que se han
publicado en los últimos y muchos años (algunos insistimos en la necesidad de
una nueva edición, puesto que se agotó la segunda, pero Servando no nos hace
caso) nos dice, hablando de Jack el Destripador y de los periodistas, en una
alusión, aunque él no lo mencione como tal, a las "Causas Célebres"
y, después de explicar que el nuevo periodismo (el del siglo XIX, nada que ver
con el del finales del XX y principios del XXI, que es una mierda), y de Poe,
cuando dice que "la muerte de una mujer hermosa se consideraba el tema
'más poético del mundo'", añade: "Precisamente en Poe vemos ese
origen de la novela policíaca, donde el misterio y el ingenio suplen cualquier
juicio moral sobre el asesinato (a diferencia del subgénero de la novela negra,
en la que con frecuencia el investigador se implica personalmente en la trama).
Es ahí donde reside su dimensión estética y, por lo tanto, artística.
La novela policíaca
luchaba contra la idea de crimen perfecto y el descubrimiento del culpable
desvelaba el triunfo de la razón y la derrota del criminal. La complejidad en
la manera de preservar su anonimato o el grado de exquisitez en la forma de
matar mantenían la cualidad del artista en el asesino: la recurrente separación
entre el Bien (el investigador o el detective) y el Mal (el asesino) no restaba
'belleza' al crimen. El detective, a pesar de representar el Bien, estaba
desprovisto de juicios morales y su interés se basaba en el reto planteado; se
enfrentaba al delincuente en el campo de la estética, porque delante tenía a
otro genio, un genio del crimen. Su cometido era vencer esa genialidad
oponiendo la suya propia. Ajeno a esta genialidad se situó el clásico desprecio
del detective, al estilo del refinado Shrlock Homes, por los policías,
retratados como torpes y descuidados. El fin último del detective era el de
desvelar la identidad y el modo de proceder del criminal, es decir, vencerlo,
pero perdía el interés a la hora de entregarlo a la justicia. Al fin y al cabo,
Chesterton dijo la última palabra en torno a este asunto, cuando afirmó que 'él
criminal es el artista; el detective, el crítico'", la frase real es .'El
criminal es el artista creativo, y el detective sólo el crítico', creo que fue
en el cuento "La Cruz Azul", publicado en español en una colección
que dirigía Borges, llamada Biblioteca Personal, ediciones Orbis/Hyspamerica
Ediciones Argentinas, S.A., 1988.
Hay en este texto una señal
muy interesante de cara a enfocar la diferencia entre novela policíaca y novela
negra: la falta de ética en el detective mientras que en la novela negra el
detective se involucra éticamente. Muchos habíamos visto al detective (novela
negra), en esa línea entre el bien y el mal, ahora con minúsculas, pero siempre
apoyando al débil. Con ello habíamos creído que la novela negra es una
literatura comprometida "con su tiempo". ¡Qué equivocados estábamos!
El tiempo del detective es el tiempo del capitalismo, ese sistema sin moral
ninguna que, además, la utiliza, hipócritamente, a su favor siempre, engañando
a los demás. Ponerse a favor del débil es ayudar a perpetuar esa debilidad. El
débil no necesita de ninguna moral tampoco, sólo necesita de la acción conjunta
de todos los débiles. No necesita a nadie (partido, sindicato, detective,
policía...) que luche por él, si el no lucha por sí mismo y con los demás (no
por los demás), nunca saldrá de esa situación. Y ese es el papel desempeñado
por Dupin, Sherlock Holmes, etc. No el de El Agente de la Continental, por
poner un ejemplo.
El otro texto pertence al
segundo de los libros, Contra el arte
y los artistas, del Colectivo
DesFace, publicado en Las Neurosis o Las Barricadas, Madrid 2012, fue
presentado en la librería Enclave de
Libros (calle Relatores, 16, Madrid –Tirso de Molina-) el miércoles 21 de
noviembre (el primero se presentará el sábado 24 en el mismo lugar). Un texto,
como dice el título, colectivo que va enriqueciéndose a lo largo de los
años.
"El fondo social
originario de las historias detectivescas (desde mediados del siglo XIX) es la
difuminación de las huellas del criminal en la multitud de la gran ciudad; el
naciente género de la novela policial es el reflejo de la tensión constante
entre la creciente desindividuación y la persistencia del principio de
individualidad propio de la burguesía.
En el
siglo XIX se empiezan a percibir señales de algo que va a perturbar
completamente la fisonomía del mundo burgués, que lo revoluciona desde dentro. La
numeración de las casas se suma a una serie de formas de control que se pone en
práctica desde fines de la Revolución Francesa, y que se multiplican con la
administración napoleónica. Medidas técnicas que tuvieron que acudir en
apoyo del proceso administrativo de control. Para la identificación individual
se implementa la firma personal, que luego es completada con el invento de la
fotografía y el carnet de identidad, lo que abre el campo de la criminalística.
La fotografía hace por primera vez posible retener claramente las huellas de un
hombre. Las historias detectivescas surgen en el instante en que se asegura
esta conquista, la más incisiva de todas, sobre el incógnito de lo
hombre/mujer. Desde entonces son innumerables los esfuerzos por fijarle cósicamente
en obras, palabras, números y huellas.
El
interés que tiene entonces el género policial o detectivesco es que expresa
como una radiografía esta tensión; por un lado describe la multitud, es su
morfología, pues transita por los lugares y emplazamientos de este nuevo sujeto
que tiende hacia la homogeneización, y por otro lado, en la figura del
detective, encuentra una reivindicación del individuo, de hecho todos sus
esfuerzos están destinados a reconstruir las pistas que lo llevarán a través de
ese marasmo indeterminado que es la masa, hasta un hombre particular: el
criminal. Que, además, en tanto criminal, se opone a los social, se aleja y
rompe con lo que en sí mismo hay de social según la teoría clásica, a saber: la
norma.
Las
historias de detectives aparecen en la misma época en que se institucionalizan
las disciplinas sociales como ciencias, se establecen el método y los
procedimientos de investigación. Y esto ocurre independientemente de la crítica
demoledora que desde la filosofía se ha hecho del empirismo. La revolución
industrial devuelve la confianza al inductivismo que esgrime mañosamente como
prueba lógica de verdad la efectividad productiva. El personaje del detective
es comparable con el investigador en ciencias sociales, que tiene que reconstruir
una verdad objetiva a partir de leyes, que actúan en el ser humano como
naturaleza. Sherlock Holmes, el personajes de Conan Doyle, es uno de los
exponentes más característicos de esta tendencia en la literatura, es ejemplar
por su frío raciocinio, que hace pensar en la exigencia de la ‘neutralidad
valorativa’ de los padres de la sociología”.
Aquí
termina esta larga transcripción.
Está
claro. Revolución industrial, desarrollo de las grandes ciudades, aparición de
las primeras policías científicas –curiosamente en algunos lugares, como en la
Francia de Vidocq, esas policías habían sido anteriormente delincuentes- y
anonimato. Este anonimato de la masa, junto con el desarrollo de las ciencias,
tanto “positivas” como “humanas”, lleva al poder a enfrentarse al transgresor
de las normas sociales: el delincuente. Ahí, la figura del detective viene a
poner al individuo frente a la masa, aislándole de ella. El triunfo de la
burguesía. ¿Y la figura del detective en la novela negra, qué restituye? Nada.
El detective viene a “explicarnos”, como si los explotados no lo supiéramos,
que está todo muy mal, pero que él sufre con ese estado de cosas. O sea, nada.
Y así
volvió mi deseo de leer otra vez “novela policial”.
Volveré
en otra ocasión sobre este tema.
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