Quinta parte:
“Causas Célebres”
La prisión de Newgate
fue famosa por el terror que albergaba en su interior, por sus ilustres
moradores (entre los que podemos destacar al ya mencionado Jonathan Wild,
del que Defoe escribió una crónica biográfica, Jack Sheppard,
que se fugó tres veces de ella y que publicó una autobiografía, que es
atribuida a Defoe y el mismo Daniel Defoe se contó entre sus
huéspedes, después de permanecer tres días en la picota –exposición pública de
un reo al que las gentes que pasen por ahí le arrojan piedras y otros objetos,
si bien Defoe había publicado en esos días su poema Himno a la picota y
el público le arrojaba flores-), por su incendio ocasionado en la revuelta de
1780, nueve años antes de otra gran revuelta que en París termina con la Bastilla, en
la que participó el poeta William Blake: “nubes hambrientas vagan en las
profundidades…” y por los calendarios que publicaba.
Hacia mitad del siglo
XVIII aparece el primer Calendario de Newgate, cuyo objetivo es contar
las vidas de los prisioneros más famosos de la cárcel, llevaba como subtítulo el
sangrante registro de los malhechores. Consistía en un boletín mensual
publicado por el director de la prisión. Algo más tarde otros editores hicieron
suya la idea hasta que en 1774 apareció una edición en cinco volúmenes que se
convirtió en el modelo estándar de El Calendario de Newgate. A
principios del siglo XIX salieron otras dos ediciones.
El Calendario se convertirá en un modelo a seguir por las publicaciones denominadas
“Causas Célebres”. Se trata de unas crónicas de la vida de delincuentes y,
sobre todo, de sus actos criminales, narrados de manera “dramática” y minuciosa
siguiendo las actas de los juicios con fuertes dosis de sensacionalismo y
estilo novelero. Estas “causas” se llamaron, en realidad, Dramas judiciales.
Causas Célebres criminales y correccionales. Tal y como se llama, por
ejemplo, el volumen publicado en Madrid en el año 1849 por el editor Ramón
Rodriguez. En dicho volumen, y a manera de justificación, se dice lo siguiente:
“Mucho se equivocaría el
que al recorrer las páginas de esta obra, nueva en su género, creyese que
abrigamos la intención de erigir un monumento al crimen, y de presentar como
héroes a los que han sido azote y oprobio de la humanidad. Nuestro objeto es
más noble y más importante, pues la narración de los hechos abominables
presentados bajo el punto de vista de su causa definitiva, de sus consecuencias
y de su expiación, envuelve una muy útil enseñanza respecto a la influencia de
las costumbres que exaltan o reprimen las pasiones, y acerca de las mejoras que
aconseja y reclama el estado de nuestra sociedad”.
Es decir, que la finalidad
de dicha publicación, y de otras muchas tanto en España como en Francia,
Bélgica, etc. es la de servir de escarmiento. Pero también se nos asegura que
“la relación sucinta, pero concienzuda, dramática, pero verdadera, de los
procesos célebres que han llegado a ser en cierto modo históricos, no puede
menos de agradar a los que solo buscan en la lectura una distracción o un alimento
a su curiosidad”. Por lo tanto lo que se busca en realidad es servir de
distracción: se trata pues de historias noveladas sensacionalistas, verídicas
y que no dejan indiferente al lector.
Pero es que, además, las “causas célebres” eran de
dominio público, historias que se narraban de viva voz y que eran patrimonio de
todos, como dijo Emilia Pardo Bazán, "una causa célebre es del dominio
general" (Obras Completas. Tomo III, pág. 1382). Esos casos reales,
que se reflejaban en los volúmenes publicados expresamente, o en los
periódicos, se leían o se contaban en las largas noches de invierno al calor
del fuego.
Para ilustrar lo que es una causa célebre con calidad
literaria se puede leer El clavo, de
Pedro Antonio de Alarcón. Incluso se puede descargar en la página del instituto
Cervantes Virtual.
La
fotografía que ilustra esta entrada es de la nueva cárcel de Newgate después de
la reconstrucción realizada a raíz del incendio de 1780. Fue obra del
arquitecto Jacques Blondel que se refería a ella como “arquitectura
terrible”, (casi sin ventanas, cadenas grabadas en su puerta principal,
fachada almohadillada, simetría perfecta...) que nos habla más de una
fortaleza en la que los horrores de su interior no pueden salir a la
luz. Hoy el lugar –Newgate Street en el cruce de Old Bailey, en pleno
centro de Londres- se alza el Tribunal Penal Central, más conocido por El Viejo
Bailey
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