Fotograma de la
película “Maigret y los sótanos del Majestic”,
el actor es Bruno Cremer. Tomado
de la página Eurochannel
El plácido y
grueso policía, que fuma en pipa, que viste un gabán con cuello de terciopelo,
que, al principio, se tocaba con un ridículo sombrero tipo bombín. Que le gusta
la buena comida y la bebida, aunque nunca se ha emborrachado, al que le gusta
pasear por las calles y sentarse en las terrazas de los cafés. Este personaje,
lleva una vida privada monótona y tranquila. Cuando llega a casa y busca las
llaves su mujer ya le ha abierto la puerta. Una vez a la semana van al cine los
dos. Una vez al mes acuden a cenar a casa de su amigo Pardon, el médico que le
atiende. Y, ante el horror a los traslados, nunca ha cambiado de piso en el que
vive desde que nosotros le conocemos, en un barrio de clase media.
Su mujer
"dulce y rolliza, tierna y sencilla, que lo llama respetuosamente Maigret
(de tal manera que todo el mundo terminó por olvidar su ridículo nombre,
Jules). Mantiene su hogar minuciosamente limpio, le prepara suculentos guisos,
le cuida las heridas, jamás se impacienta cuando permanece muchos días fuera de
casa, soporta con indulgencia sus altibajos".
Este entrañable
personaje tiene una forma de trabajar muy peculiar. Le gusta introducirse en la
vida privada del asesino y de las víctimas. Antes que utilizar las armas de la
ciencia, que no las rechaza, prefiere husmear como un perro de caza,
según nos hace ver Simenon. Para comprender a sus personajes se mete en su
piel, se rodea de sus secretos, presta gran importancia al ambiente en el que
estos personajes viven. "Cree firmemente que determinado gesto no habría
sido el mismo en un ambiente distinto, que un carácter evoluciona de otra
manera en cualquier otro barrio".
Maigret se muestra
especialmente cruel con los hipócritas, odiando la maldad y siendo bastante
indulgente con las faltas originadas por la debilidad. Se rebela contra la
sociedad que es capaz de permitir que un joven o una joven vayan por mal
camino. Porque, entre otras cosas, los asesinos con los que se enfrenta Maigret
son gentes corrientes, "personas como usted y como yo, y que un buen día
acaban matando sin estar preparadas para ello".
Por eso se muestra obstinado a la hora de perseguirles. Es capaz de pegarse
literalmente al asesino con el fin de esperar pacientemente un error.
Pocos de sus
"clientes" encarcelados por él le odian. Los más le aprecian. En ese
papel en el que él quería estar de joven, el de "reparador de
destinos", a veces no duda en ayudar a algunos culpables a escapar de un
castigo, sobre todo si éste iba a ser desproporcionado. Policía y médico son
casi lo mismo, nos viene a decir. A veces es el confesor de los culpables. Su
método es la intuición, el instinto. Y nunca juzga al asesino, se limita a
"asumir misteriosamente su fechoría (...). Su sola presencia modifica la
tensión de los personajes. Se tranquilizan, se distienden, recuperan su
condición de hombres normales".
Maigret es, en
suma, la escuela en la que han aprendido otros policías a los que los lectores
llevamos en el corazón. Montalbano, Kaménskaya, Brunetti,... ¡Qué mejor orgullo
que ser el creador de una estirpe!
En Las
memorias de Maigret. Edición citada. Pág. 20.